Antes de abandonar temporalmente la animación japonesa, me decidí a ver por fin Mirai no Mirai o Mi hermana pequeña (2018), como se la conoce en España. Desafortunadamente, no en el cine, ya que todavía duran muy poco tiempo en sala y no encontré a nadie que quisiera o pudiera acompañarme.
"Kun es un pequeño de cuatro años que, con la llegada de su nueva hermanita, empieza a sentir que ha perdido el cariño de sus padres y que nada de lo que haga consigue atraer de nuevo su atención. Para ayudarle a tratar con su nueva situación aparecerán varios personajes mágicos, entre ellos, su propia hermanita ya adolescente procedente del futuro."
Se trata de la última peli de Mamoru Hosoda, al que se le conoce más que nada por ser el director de Summer Wars (2009) y que sin embargo tiene obras infinitamente mejores como La chica que saltaba a través del tiempo (2006), El chico y la bestia (2015) y mi favorita Los niños lobo (2012). Ahora que la animación japonesa empieza a tener cierto reconocimiento y una distribución decente, con frecuencia se la confunde o se la compara descaradamente con las producciones Ghibli, ya que es el único referente que hemos tenido hasta ahora. Pero yo siempre he visto sin problemas las diferencias entre las pelis de Hosoda y las de Miyazaki. De hecho me sorprende haber descubierto que los comienzos de este director fueron en Ghibli, ya que nunca me costó reconocer su diferenciado estilo.
Si bien ambos tienen toques mágicos, el diseño de personajes es menos infantil en Hosoda, aparte de una preferencia casi exclusiva por el tema familiar y las relaciones afectivas. Y de eso trata esta peli: del síndrome del príncipe destronado, que no solo consiste en sentir los típicos celos, sino en ver cómo todo tu mundo se derrumba y te ves forzado a reconstruir de nuevo el universo mientras luchas en solitario con todos esos sentimientos nuevos.
Sip, hablo desde la experiencia: yo fui una princesa destronada. Así que me sentí bastante identificada con el pequeño protagonista. Sin embargo no consiguió que me encariñara totalmente con él. Tal vez porque es bastante realista y reacciona y se comporta como un niño de cuatro años de verdad y a mí no me gustan los niños, así que en principio se me antoja un condenado crío mimado, cabezota y egocéntrico. Pero es tierno y está solo ante una situación que no comprende. Entonces aparecen esos personajes que intentarán ayudarle, pero que son torpes también y tienen sus propios intereses en ello, por eso a pesar de la magia, sigue siendo un pequeño drama familiar de situaciones cotidianas.
El sutil toque mágico del argumento no interfiere en lo humano y lo cotidiano, por eso se habla más de una historia sobre la familia que de una fantástica aventura, porque no lo es en absoluto. Aunque el momento del tren sí me parece una ida de olla típica de Miyazaki. Por lo demás, es una historia bastante anodina. Tierna pero sin nada que la haga especial. Supongo que resultará bastante más atractiva para padres que acaben de tener su segundo hijo, pero para mí no es más que una bonita historia para echar la tarde de un domingo. Las hay mejores entre las anteriormente mencionadas.
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