La semana siguiente a mi última entrada fue muy rara. Empezó realmente el finde mismo 7-8 de marzo. Tenía varios compromisos que, casualmente, y por razones varias, se me fueron cancelando, por lo que al final no salí a ninguna parte y aproveché para estudiar y verme unas pelis de animación por ordenador que ya comentaré.
El lunes finalmente me reuní con dos amigos para cenar (sushi), ya que uno de ellos se marchaba de Madrid por tiempo indefinido, y estando en ello nos enteramos del cierre de colegios y universidades y de que la gente se había vuelto loca comprando papel higiénico (aún no sabemos por qué). Empecé a sentir cierta inquietud.
Era bastante consciente de lo que había pasado en China y de lo que estaba ocurriendo en Italia, pero todavía lo sentía como algo que pasa lejos y que nunca pasaría aquí. O eso era lo que queríamos pensar todos, claro. Y el martes cuando fui a la formación, empecé a notar que había bastante tensión entre formadores y coordinadores. Entre risas nerviosas, empezó la rumorología: alguien había visto una ambulancia en la puerta del edificio. Edificio de la empresa que tiene ramas en varios países, entre ellos, Italia. Al día siguiente empezaron una serie de protocolos extraños, separándonos por plantas, no podíamos usar los ascensores, y en las aulas, nos sentaban con un espacio libre entre nosotros. El jueves nos informaron oficialmente que se habían confirmado dos casos de coronavirus en el edificio y que se iban a tomar medidas más estrictas para prevenir el contagio. Nosotros, a punto de terminar la formación, pendíamos de un hilo, no sabíamos si nos podríamos incorporar definitivamente el lunes o si nos dejarían en reserva o si nos despedirían, pero vinieron a tranquilizarnos y a ofrecernos la alternativa del teletrabajo. El viernes, al salir, se declaró el estado de alarma y el mundo en el que vivía se paró.
Madrid era el mayor foco de España, así que mis padres temían por mí y me dijeron que me fuera con ellos, yo les dije que no era responsable desplazarse ahora por el país, y que yo podría ser asintomática y contagiarlos. Además, aún estaba trabajando... excusa que se me terminó dos días después: nos rescindieron el contrato a los nuevos "por descenso en el volumen de llamadas" aunque en realidad era porque todavía andaban intentado estabilizar el teletrabajo, y no tenían tiempo ni recursos para nosotros, así que... todos los nuevos a casita.
Caí en desesperación: no tenía paro ni apenas ahorros. Empecé a movilizar el papeleo, ahora virtual, ya que habían cerrado todas las oficinas administrativas. El Gobierno empezó a establecer algunas medidas de protección, pero los teléfonos estaban saturados. Era imposible contactar, mucho menos informarse de si había alguna ayuda para nosotros. Ir a la compra podía ser una aventura, pero más o menos me apañé bien. Incluso conseguí comprar algunas cosas por Amazon. Pasaba de la frustración a la ira en cero coma, pasando por desesperación, miedo, esperanza... Nunca fui buena controlando mis emociones, esto es una montaña rusa...
Mientras tanto, como me resultaba imposible concentrarme en algo durante más de diez minutos, no quería ninguna serie profunda ni complicada, ni de emociones demasiado profundas, y me decidí por la última saga de Fairy tail ya que, además, contaba con 51 capítulos. Serie que, a trancas y barrancas conseguí terminar ayer y ya comentaré.
Personalmente no siento agobios por el encierro, al contrario, este suele ser mi estado natural: en casa, viendo series, con mis traducciones y mis frikadas varias. No difiere mucho de mi vida habitual cuando no trabajo. Es la inseguridad, el futuro incierto, la preocupación por mi familia allá en Sevilla, el dinero, lo que pasará después... lo que me destruye por dentro. Esperanzas tengo, pero no soy una persona muy optimista, y viendo los ejemplos de China e Italia, sé que esto va palargo. Y junto con la prioridad de que todos mis seres queridos y yo salgamos vivos de esta, aparece el agobio de con qué voy a pagar las facturas el mes que viene, y la gran catástrofe económica que esto supone y supondrá a nivel mundial, y en concreto, en España.
Rezo a los dioses en los que no creo y a los que puede que existan para que me salve de la indigencia y no nos destruyamos más entre nosotros.
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