Un breve descanso conlleva una serie breve: Sarazanmai (2019), una flipada visual para mentes muy abiertas a este tipo de series.
"Debido a cierto accidente, tres estudiantes de secundaria son transformados en kappas. Para poder recuperar su forma humana, deberán derrotar a los kappazombis quitándoles sus shirikodamas, órgano en forma de bola que contiene sus deseos y que se encuentra en el ano.
La única forma de hacerlo es mediante el sarazanmai: un ritual que les conecta profundamente y revela sus secretos del pasado."
Ni medio capítulo me hizo falta para acordarme de Mawaru penguindrum (2011), y es que es del mismo director: un señor llamado Kunihiko Ikuhara, que resulta que también es el responsable de Shōjo Kakumei Utena (1997), serie que vi allá por 2007 y que no entendí para nada, y que también tiene muchas similitudes con esta que me trae.
Sarazanmai es una historia original, no basada en manga ni novela, que por su alocado argumento y brillantes colores podría parecer que se trata de una comedia de absurdo algo surrealista, pero nop. Porque este señor por lo visto es especialista en la representación simbólica de traumas humanos y crudas realidades de la sociedad japonesa sobre todo, y es bastante fan de los amoríos lésbicos, aunque en este caso, se ha decantado por un toque BL.
Técnicamente es bella e hipnótica. Las escenas "normales" resaltan mucho por el naturalismo del movimiento y expresiones de los personajes principales, en contraste con unos fondos minimalistas, a veces estáticos y otras llenos de señales y figuras que se mueven simbolizando vehículos o gente de la calle. Bastante psicotrópico, la verdad, pero pronto le pillas el rollo. Porque donde de verdad el director lo da todo es en las escenas de ataque, transformación, lucha y victoria. Ahí ya si superas el choque inicial, entonces podrás disfrutar de la serie. Si no, te quedas igual que me quedé yo cuando vi Utena.
En esas escenas "raras", como de ensueño, los personajes cantan y bailan, siempre la misma canción con leves variaciones. A veces solo vemos sus siluetas. Los fondos son auténticas paranoias, a veces monocromáticos, otras coloridos a rabiar, estáticos o cambiantes, con elementos y figuras voladoras. Pero como siempre son más o menos las mismas escenas, pues las aceptas como son y dejas de rallarte.
Bajo esta onírica fantasía se desarrolla una historia bastante durilla. La cosa, según me pareció entender, va de deseos, de amor y secretos. El prota perdió su "conexión" con su familia, en especial con su hermano pequeño, y está dispuesto a mentir y engañar con tal de recuperarla. Su mejor amigo también está dispuesto a lo que sea con tal de no perder su amistad. Y el último en llegar solo quiere romper todo vínculo para así poder seguir junto a su hermano mayor. Por su parte, el dúo antagonista, los dos policías, también soporta su porción de separación y deseos secretos, aunque en realidad, cada uno lucha a su manera por el otro.
Problemas muy gordos, situaciones en ocasiones realmente crudas que, a pesar de ser tratadas con ligereza por el entorno ridículo y surrealista en el que tienen lugar, no pierden su filo. Por eso, aunque los tres niños parecen ir superando sus barreras y recuperando lo que perdieron o querían perder, el final es inevitablemente agridulce por su coherencia. Bueno, a ver, hay como una especie de flashforwards verdaderamente terribles donde los tres pasan por situaciones bastante duras, pero alguien comenta que solo es un futuro posible de todos los que podrían haber sido, para luego concluir en un breve epílogo bastante esperanzador, así que supongo que queda en manos del espectador decidir qué pasará después.
¿Me ha gustado? Sí-pero. Ronda el límite de mi capacidad para asimilar el surrealismo simbólico japonés, pero la historia tiene suficiente masa para contrarrestar lo etéreo, así que por mí, aprueba.
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